El levirato y el matrimonio forzoso son dos costumbres que persisten en Burkina Faso, a pesar de los cambios sociales y de las leyes que las prohíben. Encontré a muchas mujeres víctimas de ellas. Me siguen llegando noticias de nuevos casos que me hacen recordar a dos mujeres, que por razones obvias llamaré Aminatu y Cristina. Dos casos reales, entre los muchos, que podría citar y que ilustran bien lo difícil que es erradicar estas costumbres ancestrales.
Cristina, víctima del levirato
Su historia no es reciente, pero la viví muy de cerca e ilustra bien las consecuencias del levirato, a día de hoy. Había conocido a Cristina en Uagadugú cuando era muy joven, venía de un pequeño poblado cerca de Bobo Diulasso. Su hermano mayor había podido hacer estudios universitarios en Francia con una beca y alcanzado una buena situación. Él ayudó a Cristina para que pudiera estudiar y labrarse un porvenir. Unos años después la volví a encontrar. Se había casado con un profesor, y tenían un niño pequeño. Estaba ilusionada con su marido, su hijo y la casa que estaban amueblando en Bobo Diulasso. Un accidente le arrebató al marido. Ella no aceptó casarse con uno de sus cuñados, siguiendo la tradición del levirato. A pesar de que en su familia política eran casi todos cristianos y de que existan otros lazos de parentesco, los hermanos del marido vinieron y se llevaron todo lo que tenía. Cuando fui a visitarla no podía creer lo que veía: una casa vacía. Le habían dejado sólo unas cuantas marmitas y dos esteras. ¿Recurrir a la justicia? Prefirió aceptar el expolio por miedo a que antes o después “la mano vengadora por despreciar la costumbre no la alcanzara a ella o a su hijo”. Se contentaba con poder escapar a ciertas costumbres humillantes ligadas a la liberación de la viuda. Nunca me atreví a preguntarle si lo había conseguido. Gracias a su valor ha superado la situación traumática de haber perdido a su marido y todos sus bienes. Con su trabajo han podido salir adelante ella y su hijo. Su trabajo de animadora social y su militancia en una asociación de viudas, lucha por que ciertas costumbres desaparezcan.
Aminatu y el matrimonio forzoso
No hace mucho me hablaron de Aminatu. Ha encontrado un hombre de su edad y está felizmente casada. La había conocido siendo adolescente. La habían sacado de la escuela para llevarla a la casa del marido que le había asignado: un viejo polígamo mayor que su abuelo. Su cuerpo lleva las marcas de las palizas recibidas por sus dos intentos de huída. El haber recurrido a la familia y a la policía le había fallado. No nos conocía, pero vino a llamar a nuestra puerta. Una hermana la condujo a Kaya, a la otra punta del país a muchos kilómetros de su hogar. Allí, las religiosas de la Inmaculada de Uagadugú, tienen un Centro para acoger a chicas que han huido de un matrimonio forzoso. Encontró protección y seguridad como muchas otras jóvenes y pudo seguir su formación.
La lucha contra el matrimonio forzoso, se remonta a primeros del siglo pasado. Se puede hablar de cien años de lucha de las mujeres de África para tener leyes más justas que garanticen la libertad de las mujeres en el matrimonio (1).
Cien años de lucha, que empieza gracias a la escuela y a la concepción cristiana del matrimonio. Muchos estudiosos conocen la importancia que tuvieron en las colonias de África Occidental los decretos Mendel en 1939 y Jaquinot en 1951 sobre los cambios que se iniciaron, para introducir cambios en las costumbre matrimoniales. Muy pocos saben el papel que jugó para que vieran la luz una joven Misionera de Nuestra Señora de África, sor Mª André du S.C. Esta religiosa, jurista de formación, en 1939, compareció ante la Cámara de Diputados franceses, para presentar la situación de la mujer en África Occidental y reclamar la libertad de consentimiento en el matrimonio, tanto en el caso de matrimonios precoces concertados, como en el de viudas heredadas por los hermanos del difunto marido, por la aplicación de la costumbre del levirato. El apasionado y brillante alegato de la misionera jurista fue el origen de los famosos decretos y de los proyectos de leyes que siguieron.
Después de las independencias, las élites femeninas no han dejado de luchar para que se aprobasen leyes modernas que suprimiesen el matrimonio forzoso y precoz y que estas leyes fuesen realmente aplicadas.
No podemos olvidar a las primeras mujeres en revelarse contra el matrimonio forzoso, en los primeros años de la época colonial. Lo hicieron con peligro de su vida. Las primeras “resistentes” fueron las jóvenes que querían ser religiosas y rechazaron casarse con los hombres a los que los jefes de familia les habían prometido desde muy niñas y a veces antes del nacimiento.
En 1991, se publicó en Burkina Faso, el Código de la Familia, que garantiza la libre elección en el matrimonio, pero las leyes escritas no siempre se aplican y las infracciones no son denunciadas ni sancionadas por múltiples razones: superstición y miedo a ser víctima de exclusión, maldición o pérdida de la vida. “La costumbre no perdona si vas contra ella”, me han dicho más de una vez, cuando he querido hacer ver que las leyes protegen contra esos abusos. Por eso creo que, las leyes sin la educación, que libera las mentes, son muchas veces papel mojado.
Es un hecho, el matrimonio forzoso sigue siendo una realidad, como lo denunciaba Zoumana Wonogo en un reportaje emitido por “La voix de l´Amerique”, el 10 de marzo de 2011.
El levirato, es una costumbre que encontramos en muchas sociedades agrarias antiguas. El nombre le viene de la Biblia, en la que aparece como un precepto para el hermano de un hombre difunto que muere sin descendencia. Su obligación es perpetuar su nombre y garantizar la transmisión de la herencia.
En África, el origen esta costumbre era garantía de protección de viudas y huérfanos. La viuda y sus hijos encontraban protección en uno de los hermanos menores del marido, quien al heredar la mujer y los hijos, debía asegurar lo necesario para vivir, evitando la prostitución. En la sociedad moderna, esta costumbre se ha convertido en costumbre perversa para hacerse con la herencia de la mujer, desentendiéndose del deber de ocuparse de ella y de sus hijos. Si la mujer rechaza la costumbre, pueden despojarla de todos los bienes familiares y a veces le pueden impedir el contacto con sus hijos.
La urgencia de luchar contra el levirato es más reciente que la del matrimonio forzoso. Actualmente está ligada a su incidencia en la propagación del SIDA. El levirato asociado a la poligamia puede ser un problema de salud pública por el papel multiplicador que puede jugar en la transmisión y propagación de la enfermedad. Cada viuda contagiada infectará al marido correspondiente, que infectará a cada una de las esposas (2).
Matrimonio forzoso y levirato impuesto son dos costumbres que tienen en común el atentar a la libertad de elección en el matrimonio. El levirato desvirtuado, atenta también a la justicia. Desgraciadamente, a pesar le las leyes que las prohíben, estas costumbres se resisten a morir y en algunos medios tradicionales. Por eso las Asociaciones de mujeres siguen luchando contre ellas. Los medios de comunicación, la literatura y el cine denuncian que, a pesar de las leyes promulgadas, estas costumbres perduran.
(1) “Cien años de lucha”, Revista Africana, nº 128, 2005, p.17-19, P. R
(2) “Le lévirat face à l´impact du VIH/SIDA AU BF, cas de la société moaaga, Madeleine Kabore Konkobo.