700…o más, por Rafael Muñoz Abad

8/05/2015 | Bitácora africana

Las desorbitadas pretensiones libias en lo relativo a la demarcación de sus aguas jurisdiccionales son ya un clásico y han dado como resultado varios incidentes entre los que destacan aquellos derribos de cazas por la US Navy o los más recientes apresamientos de pesqueros italianos. Libia es un habitual en mis reflexiones. La ausencia de un gobierno central ha generado una bicefalia y que Cirenaica vaya consumando las etapas que la asemejan a una nueva Somalia. Esta vez a las puertas de Europa.

El atropellado fin de Gadafi y la exportación de crudo han hecho que la cornisa entre Sirte y Tobruq se trufe con la cepa local de aquellos señores de la guerra somalíes. Caudillos respaldados por las armas robadas -en el derrocamiento- que se han hecho fuertes y que directamente negocian ya los fletes con los armadores. A espaldas de Trípoli, estos nuevos señores del petróleo complican el ya de por si enrevesado escenario gubernamental del país. El panorama se agrava tras la irrupción del Estado islámico en algunas ciudades y su amenaza de sembrar la inseguridad en el Mediterráneo medio. Bolsas de inmigración, crimen organizado y tráfico de armas, completan el reparto digno de un cuadro de El Bosco. Caos. El vacío legal cataliza la corrupción “institucional” y, localidades como Zawiya, donde negros y menos negros se hacinan zarandeados cual mercancía en manos de los nuevos tratantes, se han tornado en una anacrónica versión inversa de aquellos puertos a El Dorado…europeo. Pobre gente. El secuestro de un pesquero italiano añade otro factor desestabilizante a la zona. Tesis que en esta columna se viene ya comentando: un estallido de la piratería; pues las condiciones en tierra poco distan de las que en Somalia favorecieron el pillaje en la mar. No hay piratería posible sin santuario en tierra. Máxima aprendida – o no – ya no sólo de Somalia si no en aquellas Antillas ya lejanas en la historia.

700 es la cifra de la vergüenza. Quizás más. El Mediterráneo es un cementerio donde los sueños se ahogan ante la indiferencia de esta Europa anémica de moral y obesa de hipocresía. La política fronteriza de la UE es un arrabal ético y más allá del soborno de dirigentes africanos, apenas existe; que ahora la diplomacia se rasgue las vestiduras por el último naufragio me hace pensar que sólo se “premia” la noticia por su peso. Cierro con una mención a la heroicidad de la Guardia Costeira italiana por sus miles de rescatados y por los muchos más que tendrá que socorrer.

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Autor

  • Doctor en Marina Civil.

    Cuando por primera vez llegué a Ciudad del Cabo supe que era el sitio y se cerró así el círculo abierto una tarde de los setenta frente a un desgastado atlas de Reader´s Digest. El por qué está de más y todo pasó a un segundo plano. África suele elegir de la misma manera que un gato o los libros nos escogen; no entra en tus cálculos. Con un doctorado en evolución e historia de la navegación me gano la vida como profesor asociado de la Universidad de la Laguna y desde el año 2003 trabajando como controlador. Piloto de la marina mercante, con frecuencia echo de falta la mar y su soledad en sus guardias de inalcanzable horizonte azul. De trabajar para Salvamento Marítimo aprendí a respetar el coraje de los que en un cayuco, dejando atrás semanas de zarandeo en ese otro océano de arena que es el Sahel, ven por primera vez la mar en Dakar o Nuadibú rumbo a El Dorado de los papeles europeos y su incierto destino. Angola, Costa de Marfil, Ghana, Mauritania, Senegal…pero sobre todo Sudáfrica y Namibia, son las que llenan mis acuarelas africanas. En su momento en forma de estudios y trabajo y después por mero vagabundeo, la conexión emocional con África austral es demasiado no mundana para intentar osar explicarla. El africanista nace y no se hace aunque pueda intentarlo y, si bien no sé nada de África, sí que aprendí más sentado en un café de Luanda viendo la gente pasar que bajo las decenas de libros que cogen polvo en mi biblioteca… sé dónde me voy a morir pero también lo saben la brisa de El Cabo de Buena Esperanza o el silencio del Namib.

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