50 años de independencia y 20 de terror en Gambia

20/03/2015 | Crónicas y reportajes

Gambia conmemora el 50 aniversario desde que alcanzó la soberanía nacional. Esta independencia, lejos de celebrarse en la concordia y la alegría, está teniendo lugar a la vez que el país se encuentra herido de muerte, dividido y asediado por las sombras de las persecuciones de los últimos 20 años, de las que apenas si se ha salvado alguien. Oficiales del Ejército, madres de familia, jueces, abogados, ministros, imanes, diputados, periodistas, opositores políticos, hombres de negocios; todos, uno detrás de otro, han padecido los horrores del régimen: violencia física y psicológica, encarcelaciones, confiscación de bienes y de documentos de viaje, desapariciones forzadas, asesinatos y cientos de exiliados. Esta no es una historia admirable. Durante los últimos 20 años, Gambia ha vivido bajo un régimen de terror orquestado por el presidente de la república, Yahya Jammeh, y su policía política.

El déficit de información

En un país donde nadie se salva, donde todo puede conducir a una detención arbitraria, a la prisión firme e incluso a la muerte o a la desaparición forzada, la prudencia extrema se convierte en la norma. Se silencian los medios de comunicación; las emisoras de radio tienen la obligación de distraer y de proporcionar información ajena a la política para alejar a la población de las auténticas preocupaciones del país. Ninguna de las radios locales que emiten desde Banjul está autorizada para informar, para dar voz a los ciudadanos ni, por supuesto, para criticar al régimen.

Todas las emisoras están obligadas a sincronizarse con la radio estatal para transmitir y amplificar la información aséptica, la propaganda del jefe supremo. Esta situación justifica la autocensura que caracteriza los medios gambianos.

Internet está bajo vigilancia y las páginas web de noticias críticas con el régimen procedentes de la diáspora, bloqueadas. Sólo algunos curiosos se atreven tímidamente a intentar desafiar las prohibiciones y visitan discretamente las páginas no permitidas para recibir una dosis de información y compartir así las perspectivas de los gambianos que viven en el exterior. Desgraciadamente, esta información no llega a las masas, preocupadas todavía por su seguridad y supervivencia cotidianas.

Sí, así es como se informan los habitantes de Gambia sobre su país en pleno 2015.La mayoría de los ciudadanos no sabe lo que realmente ocurre en él. La censura y el bloqueo del sistema informativo han permitido al régimen perpetuarse en el poder, seguir operando en secreto y cometiendo, con una atrocidad extrema, violaciones graves y masivas de los derechos humanos.

A todo esto hay que añadir las prácticas clandestinas cuyo objetivo es hacer creer a todos los ciudadanos que el país al completo está sometido a escuchas telefónicas. Este truco ha paralizado a la población que, sin intentar informarse con mucho empeño, ha decidido optar por la prudencia evitando los asuntos políticos o susceptibles de percibirse como tales.

El descenso a los infiernos

Ya desde su acceso al poder, el régimen de Jammeh optó por la vía de la represión. En aquel momento suspendieron la Constitución para gobernar por decreto, lo que le atribuía todos los poderes. Aprendió del general Sani Abacha hasta el punto de copiar los decretos liberticidas que este último empleaba para reprimir a su pueblo y a sus opositores. Son esos decretos los que permitieron a los jueces nigerianos comprometidos legitimar la ejecución del activista escritor y medioambientalista Ken Saro Wiwa, a la que siguió la muerte de Moshood Abiola en prisión, para cerrar medios de comunicación y perseguir a los activistas de los derechos humanos.

El régimen de Banjul, que había comprendido bien la utilidad de tales decretos, no dudó en solicitar asistencia técnica a juristas mercenarios para que lo ayudaran a bloquear el sistema y a gobernar exclusivamente en el terror y la brutalidad.

La transición entre 1994 y 1996 permitió al presidente Jammeh consolidar su poder y aislarse. Algunos de los que fueron sus aliados al principio fueron eliminados a lo largo de los años, y los más afortunados fueron relegados a un segundo plano. La propuesta inicial para la limitación del mandato presidencial fue rechazada por el señor de Banjul y su cohorte de «revolucionarios». Aseguraba ser un militar diferente, prometía no perpetuarse en el poder y nunca instaurar una dictadura, pero acabó secuestrando el país. ¿Quién dijo que el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente?

Poco a poco, el régimen se enfrentó con la élite, a la que empujó al exilio forzado para obligarla así a silenciar su voz sobre la marcha del país. Gambia perdió más de un tercio de sus recursos humanos cualificados: ¡qué enorme desperdicio para un país que necesita desarrollarse! El modus operandi clásico: destituciones, cuarentena política y social, asfixia económica, denuncias calumniosas, intimidaciones judiciales y ataques físicos. Así es como el régimen se ha constituido y ha alejado a la oposición y a todas las voces disidentes que podrían obstaculizar su proyecto de construir un país sometido.

En los años 2000, y al percibir la resistencia de la población en los resultados de la oposición, especialmente en las elecciones de 2001, el régimen aceleró las reformas para obstaculizar cualquier posibilidad de cambio a través de las urnas y frenó el proceso de descentralización de las Colectividades locales, que preveía otorgar una mayor autonomía a la población a la hora de gestionar los asuntos locales.

Todo esto se realizó a costa de una población silenciosa y se legitimó mediante múltiples cambios en la Constitución, en condiciones, cuando menos, turbias. Todas las instituciones, sean religiosas, locales, legislativas o judiciales, se encuentran bajo el estricto control del régimen. Durante ese periodo se elaboró el proyecto de un partido-Estado gracias a la intervención de los juristas del Palacio de Justicia, quienes empezaron a cambiar las reglas del juego y a limitar el papel de la población en la elección de los líderes, especialmente los locales, y a reforzar las leyes regresivas para silenciar toda posibilidad de expresión independiente.

Con el objetivo de castigarlos, el régimen privó sin escrúpulos a los habitantes de las zonas favorables a los opositores de los programas estatales. El mensaje está claro y el presidente lo declara constantemente para recordar al pueblo que el desarrollo se limitará a las poblaciones de las zonas que le proporcionan votos.

En abril del año 2000, durante las manifestaciones pacíficas de los estudiantes que protestaban contra los abusos infligidos por las fuerzas del orden a sus compañeros, una docena de ellos fueron asesinados por disparos y otros resultaron heridos, torturados y encarcelados. Los juicios celebrados tras este incidente fueron una prueba de fuego; los jueces que se atrevieron a solicitar la liberación de los estudiantes encarcelados y a examinar los casos de las otras víctimas pagaron el precio.

Desde entonces, la conocida organización de “estudiantes libres» fue disuelta. La universidad se encuentra bajo estricta vigilancia y su rector es el propio jefe del Estado. Cualquiera puede comprender perfectamente la angustiosa experiencia que resulta para los profesores impartir sus clases dentro del respeto a la libertad académica.

Desde entonces ha llovido mucho y la represión ha aumentado.

Entre 2004 y 2009, periodistas y ciudadanos han vivido años de angustia y violencia todavía impune: el asesinato de Deyda Hydara, la desaparición de Ebrima Manneh, el arresto y tortura de periodistas, los saqueos y liquidaciones de medios de comunicación. También hay que señalar la campaña contra la brujería con su reguero de humillaciones y muertes, siendo algunas personas obligadas a ingerir pociones. Nuevamente, era el descubrimiento del «remedio» contra el sida y las demás enfermedades, con la tragedia y el descenso a los infiernos de las personas que viven con el VIH. Y la lista no termina aquí.

En 2012 se reveló la naturaleza de la brutalidad gratuita ejercida por el régimen gambiano, con la ejecución arbitraria y extrajudicial de 9 prisioneros, en condiciones inhumanas, que impactó al mundo entero. Sin embargo, este acto no es más que la punta del iceberg. ¿Cuántas personas han desaparecido? ¿Qué ha pasado con los 44 ghaneses ejecutados, con las purgas en el ejército, con los múltiples casos de personas, incluidos civiles, asesinadas durante las detenciones, entre otros?

¿Por qué este silencio preocupante sobre Gambia?

La historia se puede repetir pero los humanmops aprenden de la forma más dura. Quizá algún día la Corte Penal Internacional o una comisión de la verdad puedan arrojar luz sobre estas atrocidades.

Para las personas asesinadas, las desaparecidas, las privadas de libertad, para las familias que no pueden enterrar a los suyos en su propia patria, para los exiliados a la fuerza que viven en la precariedad, para todas las víctimas de estos 20 años de represión, celebrar 50 años de independencia no tiene ningún sentido en unas circunstancias en que la libertad se pisotea todos los días.

Fatou Diagne

* Fatou Diagne es directora de la oficina África Occidental del Grupo de campaña de expresión de la libertad mundial, Artículo 19.

PAMBAZUKA

[Traducido al inglés por Uchenna Osigwe y al castellano por Eva Palacios Santamaría –Umoya-. Fundación Sur]

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