El reciente artículo publicado por el Instituto Conjunto para la Investigación Nuclear (JINR) con motivo del Día de la Libertad de Sudáfrica, ofrece una oportunidad valiosa para reflexionar sobre el significado complejo de esta conmemoración. Aunque la fuente destaca los avances científicos y sociales alcanzados desde el fin del apartheid en 1994, un análisis más profundo revela las contradicciones de una nación que, habiendo superado el horror del racismo institucionalizado, sigue luchando contra fantasmas igualmente peligrosos: la desigualdad económica crónica, la corrupción sistémica y una democracia que, aunque vibrante, muestra signos de fatiga.
Lo más llamativo del informe del JINR es su enfoque en los logros tecnológicos y educativos del país; pero esta visión optimista choca con la realidad cotidiana de millones de sudafricanos. Mientras el artículo menciona los avances en investigación nuclear y cooperación científica internacional, calla sobre el hecho de que más del 60 % de los jóvenes negros siguen desempleados, según datos del Banco Mundial (2024), o que los continuos apagones eléctricos (un promedio de 8 horas diarias en 2023) han paralizado industrias enteras. Esta contradicción entre el discurso oficial y la realidad palpable en los townships nos obliga a preguntarnos ¿de qué sirve celebrar la libertad política cuando la libertad económica sigue siendo un privilegio de minorías?
La verdad es que Sudáfrica vive actualmente una especie de esquizofrenia social. Por un lado, ha dado pasos gigantescos en reconciliación racial y construcción institucional, convirtiéndose en un faro democrático para el continente. Por otro, las heridas del apartheid se han transformado en nuevas formas de exclusión, donde el color de la piel ha sido reemplazado por el tamaño de la cuenta bancaria como factor determinante de oportunidades. El propio artículo del JINR, al enfatizar los logros científicos, parece confirmar esta dualidad celebrando a una élite académica que compite a nivel global mientras ignora a las masas que siguen esperando una educación básica de calidad.
Javier Moisés Rentería
Fuente: JINR