15 Mujeres namibias mantienen un negocio artesanal de seda natural

27/06/2014 | Crónicas y reportajes

Durante muchos años los capullos de oruga y polilla fueron para los agricultores como una piedra en el zapato. Si los animales se los comían, morían de forma agónica. En 2003, el sudafricano Ian Cummings, tuvo la idea de utilizar estos capullos y construyó una pequeña fábrica, para procesar la seda de estos capullos, con los medios más simples. Después de su muerte, las trabajadoras se hicieron cargo de la gestión del negocio.

Una iglesia, una clínica, una gasolinera, una oficina de correos y una tienda, esto es lo que es Leonardville (Namibia). Un pueblo en las estribaciones del Kalahari, 150 kilómetros al oeste de Gobabis, medio abandonado, vacío, dormido. Aquí no parece que se pueda encontrar gran cosa. Pero en un edificio de color terracota hay 15 mujeres, con pañuelos de colores en la cabeza, que trabajan la seda natural. Su fábrica «Kalahari Wild Silk» es única en Namibia.

Los capullos de las orugas y las polillas pueden ser mortales para el ganado salvaje ya que los capullos duros no son digeribles. Sin embargo, si se tratan adecuadamente, se convierten en preciosa seda natural. Por lo tanto, las mujeres se los compran, en época de cosecha, a los agricultores en grandes cantidades.

En el jardín, dos jóvenes vigilan un fuego con dos grandes calderos negros. Dentro cuecen a fuego lento grandes redes de plástico, de los cuales cuelgan unas tiras similares a algas oscuras. Los capullos deben hervirse a fuego lento. Hasta hace cuatro años, las mujeres utilizaban un calentador de agua pero ahora no funciona. Por lo tanto, tienen que volver a las viejas costumbres. Entre 60 y 90 minutos es el tiempo que deben estar los capullos en agua caliente. A continuación, se secan. El resultado son unos mechones de color marrón claro aproximadamente del tamaño de un folio.

Clack, clack, clack. Martí Lina Naugawases y Alwina Namses mantienen el pedal de la rueca en movimiento. Con una mano arrancan de los capullos cocidos unos filamentos gruesos de hilo y con la otra van arrastrando y estirando un delgado hilo suave. Están sentadas en una habitación iluminada por el sol, con paredes de color amarillo. Antiguamente esta habitación servía para todo, ahora la ocupan todo tipo de ruecas y telares.

El proyecto «Kalahari Wild Silk» fue fundado por el sudafricano Ian Cummings en 2003, con el objetivo de dar una ocupación, a las mujeres del lugar. A veces, la fábrica llegaba a tener 25 empleados fijos y hasta 300 trabajadores a tiempo parcial. Cuando Cummings murió en 2006, comenzó una época difícil para las mujeres. Eran ellas las que ahora tenían la dirección del negocio en sus manos. La mayoría abandonó. El salario mensual de entre 20 y 40 € era muy bajo para el arduo trabajo que realizaban. Un grupo de 15 mujeres decidieron seguir adelante. «De lo contrario, estaríamos solas en casa dando vueltas», afirma Anna Uies. «Nosotras somos nuestras propias jefas», dice por su parte, Regina Garises. Los edificios y los terrenos les pertenecen. Antes de compartir sus beneficios, sólo deben pagar la luz, el agua y los capullos. Desde hace ya casi ocho años este proyecto es la razón de su vida.

Anna Uies protege su falda con una bolsa de plástico para que no se le desgaste. El deseo de todas las mujeres: ser capaces algún día de poder comprarse un uniforme de trabajo.

El trabajo es tan complejo que todas las mujeres juntas pueden producir en un día sólo dos chales.

Se fabrican, entre otras cosas, cortinas, manteles, sábanas, edredones y fundas de almohada. Además de los encargos especiales.

Los clientes son principalmente turistas y hoteles de todo el mundo. En Namibia los productos de “Kalahari Wild Silk” se venden en el Centro de Artesanía de Windhoek, así como en mercados y ferias.

«Incluso podríamos hacer chaquetas y cosas más complicadas, pero nos hacen falta máquinas», dice Regina Garises. «Nuestras herramientas actuales sólo sirven para cosas rectas.» Sin embargo, ellas no pierden la esperanza y confían en poder cambiar, algún día, sus herramientas artesanales por unas eléctricas. Entonces serían mucho más rápidas y productivas. Y ganarían más al final, sin duda alguna.

El producto final todavía debe ser teñido. Esto también sucede por la falta de agua caliente a presión en la fábrica. A cambio usan pintura textil en un grano muy fino. La selección de colores es enorme. La experiencia les ha demostrado que la mayor parte de la demanda, por parte de los compradores, son los colores: verde, azul y natural.

Una trabajadora tiene fuera, al sol, un producto terminado a cuadrados azules y con flecos en ambos extremos. Un tejido muy suave y cálido.

[Fuente: Undine Konrad AZ(Namibia)-Fundación Sur]

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