Según el color del cristal con que se mira: sobre la libertad de prensa en África, por José Ramón Echeverría

9/05/2024 | Bitácora africana, Crónicas y reportajes

 

Reporteros Sin Fronteras (RSF) acaba de publicar su índice anual de libertad de prensa, en el que se cuestiona a las autoridades políticas de todo el mundo por no proteger e incluso atacar a periodistas y medios de comunicación. De los 180 países analizados, los más respetuosos con los medios son Noruega, Dinamarca y Suecia. El primer país africano en la lista, Mauritania, aparece en el puesto 33. Entre los que más controlan los medios y en los que mayor peligro corren los periodistas, se encuentran Yibuti (puesto 161), Egipto (170) y Eritrea (180). La mejora del contexto legal en el que los periodistas españoles ejercen su oficio, y el declive de la libertad de prensa en otros países (Austria pasa del puesto 29 al 32; Namibia del 22 al 34; Sudáfrica, del 25 al 38) han hecho que España haya ascendido del puesto 36 al 30. Pero también en España han aumentado la presión de la clase política sobre los medios y la desconfianza hacia los mismos por parte de los ciudadanos. En la página web de El Confidencial, un periódico español, se puede leer: “Estamos librando una dura batalla por la libertad de prensa. Te necesitamos más que nunca”. Y en un artículo de El Mundo del pasado 5 de mayo: “Cinco de cada 10 votantes del PSOE piden un control previo a los medios”.

En todas partes se cuecen habas, y también en África. Ejemplos recientes de presiones políticas y de dificultades para los periodistas están siendo los de Burkina (puesto 86 en el índice de RSF), y Túnez (puesto 118). El 26 de noviembre de 2023, el sitio web de Le Monde publicó un artículo sobre el ataque yihadista del JNIM (Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes) contra una base militar en Djibo, al norte de Burkina, cerca de la frontera con Malí, en el que más de 40 personas perdieron la vida. Una semana más tarde, un comunicado del ministro de Comunicación, Rimtalba Jean Emmanuel Ouedraogo, declaraba: “El gobierno ha decidido suspender todos los métodos de distribución del periódico Le Monde en Burkina Faso a partir del sábado 2 de diciembre de 2023”. Según el ministro, el artículo en cuestión era “sesgado”, y “Le Monde había escogido de qué parte estaba”. Le Monde no ha sido el único medio acosado por el gobierno de Burkina. En estos últimos meses, las autoridades han bloqueado los canales de televisión franceses LCI y France 24, así como Radio France Internationale y la revista Jeune Afrique. El pasado 1 de abril, fueron expulsadas las periodistas francesas Sophie Douce (Le Monde) y Agnès Faivre (Libération). No se les explicaron los motivos. ¿Fue porque, entre otros temas, las periodistas habían escrito sobre las difíciles negociaciones de la junta con los yihadistas o la escasez de fertilizantes? Y el 26 de abril, los programas que la BBC y Voice of America transmiten desde Uagadugú fueron suspendidos por un período de dos semanas, según anunció la autoridad de comunicaciones del país (CSC), “porque BBC África y la VOA habían transmitido y publicado en sus plataformas digitales un informe acusando al ejército burkinés de abusos contra la población civil”. En cuanto a Túnez, un artículo de Lilia Blaise, publicado por Orient XXI este 3 de mayo, resume bien las dificultades de los periodistas. El 25 de julio de 2021, el presidente tunecino Kaïs Saied destituyó al primer ministro, Hichem Mechichi, y suspendió las actividades de la Asamblea de Representantes del Pueblo, invocando los poderes de emergencia del artículo 80 de la Constitución tunecina. Desde ese día, nuevos decretos legales criminalizando a los periodistas, las dificultades de éstos para contactar con las autoridades y la presión sobre los medios críticos, han hecho que disminuya considerablemente la libertad de prensa que los tunecinos creían haber adquirido con la revolución de 2011.

Por otra parte, también en África se desconfía de los medios de comunicación. En julio de 2022, BBC Africa Eye puso en antena un documental sobre la actividad de los bandidos en el noroeste de Nigeria, con entrevistas a los mismos. El ministro de Información, Lai Mohamed, lo calificó como «una glorificación descarada del terrorismo y el bandidaje«, y la Comisión Nacional de Radiodifusión impuso severas multas a los medios que habían retransmitido el programa. Jeffrey Conroy-Krutz, profesor asociado de Ciencias Políticas en la Michigan State University, aprovechó la ocasión para investigar lo que los ciudadanos de cuatro países africanos, Costa de Marfil, Kenia, Nigeria y Uganda opinaban sobre los límites que los gobiernos debían o no imponer a los medios de comunicación. El 10 de mayo de 2023, The Conversation publicó los resultados. Los ciudadanos de esos cuatro países que se sentían decepcionados con la democracia tendían a estar de acuerdo con que “El gobierno debería tener el derecho de impedir que los medios publiquen cosas que el gobierno desaprueba”. Mientras que las personas que apoyaban la democracia aprobaban que “Los medios de comunicación deben tener derecho a publicar cualquier punto de vista e idea sin el control del gobierno”. Pero este mismo segundo grupo apoyaba la necesidad de la censura cuando se tratase de discursos de odio y de informaciones falsas. Es decir que las personas más comprometidas con la democracia eran también propensas a apoyar las restricciones con lo que los medios de comunicación pudieran decir. De hecho, un 60 % de los encuestados opinaba que las informaciones falsas son un problema y que a menudo los medios difunden discursos de odio.

Ni tampoco los medios extranjeros se libran de una cierta desconfianza hacia los mismos. Ya en 2014, Nanjala Nyabola, escritora y activista keniana (Digital Democracy, Analogue Politics: How the Internet Era is Transforming Kenya, 2018) se preguntaba en Al Jazeera: “Why Do Western Media Get Africa Wrong?” (¿Por qué los medios occidentales se equivocan con Africa?). Retomaba así “danger of a single story”, la reducción absurda a un slogan único (“Africa rising”, “Magical Africa”) de un continente con 1200 millones de habitantes y 54 países, que ya denunció la nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie en un discurso de julio de 2009. Y lo peor es que, como apunta la escritora y poeta keniata Njeri Wangari (Global Voices, 4 de marzo 2021), ya sea porque a todos nos atraen más las noticias negativas, sea porque la falta de recursos hace que las agencias africanas de noticias dependan de lo que los medios occidentales publican, aquellas siguen perpetuando los estereotipos dañinos de estos acerca del continente africano.

José Ramón Echeverría

CIDAF-UCM

Autor

  • Echeverría Mancho, José Ramón

    Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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