Haile Selassie: entre veneración y odio, por Omer Freixa

17/09/2020 | Bitácora africana

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Valiéndose de una tradición antiquísima y de mucha inspiración religiosa, el Rey de Reyes consiguió sostener 44 años su mandato.

El futuro soberano de la casa real etíope tuvo su primer encuentro con el poder al ser designado regente, en 1916. Coronado en forma pomposa en 1930, desde ese momento Haile Selassie I consideró su investidura monárquica como sacra. Amparado en un linaje que lo retrotraía hasta la época bíblica, quien también fue conocido como Ras Tafari Benti por multitudes que lo veneraron como a un dios, gobernó con mano de hierro y casi en soledad Etiopía hasta ser derrocado en septiembre de 1974. El último monarca absoluto del país respetó una tradición heredada por siglos en la que, por ejemplo, se entendía como una terrible ofensa mirar al soberano a los ojos y el vulgo debía arrodillarse y tocar con la frente el suelo en presencia del Negus Nagast (Rey de Reyes), título honorífico, entre varios, que detentó como muestra de su egocentrismo y en cumplimiento de sus distinciones sagradas.

Momentos de consagración

El León de Judá se granjeó una muy buena imagen internacional que fue reforzando a partir de mostrarse como un adalid del panafricanismo, de la lucha contra el colonialismo y, entre 1935 y 1941, de la resistencia contra el fascismo. Etiopía ostentó el orgullo de ser casi el único Estado africano que al momento del reparto de África mantuvo la soberanía y rechazó a las tropas italianas, infringiendo una dura derrota en Adua (1896).

Pero Benito Mussolini, en sus ansias de vengar la afrenta y de recrear el Imperio Romano, proyectó la construcción de sus dominios en suelo africano y Etiopía se presentó como un interesante botín. Il Duce logró ocuparlo y el monarca debió huir y exiliarse en Inglaterra. En 1941 llegó la liberación, obra de tropas británicas y de la resistencia etíope, y Haile Selassie retornó al trono como un importante aliado de las democracias de Occidente. La ocupación fascista de Etiopía insufló sentimientos de solidaridad en toda África y también entre la diáspora. Fue un momento de gran simbolismo al verse agredida una nación soberana africana, reconocida por la comunidad internacional, por otra europea.

En 1955 el Negus concurrió a la conferencia de Bandung, haciéndole una buena propaganda a su régimen en el extranjero, como uno de los representantes de las naciones libres de Asia y África. En mayo de 1963 se creó en Addis Abeba la sede permanente de la Organización para la Unidad Africana (OUA), principal cuerpo continental, oficiando el monarca de anfitrión y vanagloriándose de ser el gestor de su fundación.

Se trató de otro momento de consolidación del régimen y de reforzamiento de la proyección de una imagen internacional muy positiva. Sin embargo, lo anterior no fue otra cosa que la pantalla de sus excesos: represión a disidentes, la ocupación previa de Eritrea y la resistencia monárquica a reformar un sistema de tierras de corte señorial.

En otro capítulo de su adoración como una divinidad, en 1966 Ras Tafari, como era conocido en Jamaica (y no solo allí), cuna del movimiento rastafari y en donde era considerado un dios, visitó la isla caribeña. Su llegada fue anunciada como la segunda venida de Cristo. Una parte considerable de la comunidad rasta consideró migrar a Etiopía, concebida como una tierra prometida. Se dio otro momento de paroxismo en la adulación del líder etíope.

Autoritarismo divino

Jamás Selassie pensó renunciar al trono, pues siempre entendió que el país sin él se desmoronaría, pensándose a sí mismo como artífice del Estado. En forma gradual, al Emperador le fue dificultoso mantener su dominio personalísimo sobre el gobierno en el cual todas las decisiones recaían exclusivamente sobre él. Tampoco discutió el tema sucesorio, su autoridad permaneció incuestionable siempre. Como parte de sus modos excéntricos, tuvo una flota de 27 automóviles de lujo y un palacio alejado, muy lujoso, en servicio durante una veintena de años pero que solo ocupó un día.

En la década de 1960 comenzaron a acumularse las dificultades, como rebeliones locales e intrigas palatinas. Emergieron choques frecuentes con la vecina Somalia, independiente desde 1960, y el conflicto con Eritrea fue escalando, pues el monarca progresivamente avasalló derechos, como imponer el amhárico, lengua oficial etíope, en detrimento del tigray y el árabe.

Fue hecho prisionero en su palacio y en él perdió la vida, según remiten algunas versiones, asesinado el 27 de agosto de 1975. Comenzaba la revolución etíope

Desde esa década la guerra de guerrillas fue la forma de resistencia eritrea que implicó un esfuerzo militar continuo etíope. La feroz política de represión imperial fue alienando cada vez más voluntades en la pequeña nación, independiente desde 1993.

A comienzos de la década de 1970 se reconoció dentro de los círculos oficiales que el país se encontraba paralizado. Las arcaicas estructuras imperiales eran incompatibles con las necesidades de modernización. El hambre asoló varios distritos en 1973 pero nadie pensó en la remoción del monarca ni en la búsqueda de ayuda externa para no dañar la excelente reputación del régimen. Voces críticas aseguraban que la mayor parte de la población vivía en la pobreza y en el analfabetismo mientras Selassie lo hacía a todo lujo.

Días contados

A comienzos de 1974 el aire de conspiración se sentía. Estallaron motines en el ejército ante descontentos por salarios y malas condiciones. La situación se desbordó, Addis Ababa presenció manifestaciones masivas, así como otras ciudades, y la represión se hizo sentir frente a campesinos y estudiantes, sumada a los fracasos del gobierno en su lucha contra la guerrilla eritrea.

El 12 de septiembre tres oficiales asistieron al Gran Palacio del monarca y le anunciaron que estaba destronado. Una junta militar y policial lo derrocó, el Comité Militar Administrativo Provisorio (Derg, por su sigla en amhárico). Fue hecho prisionero en su palacio y en él perdió la vida, según remiten algunas versiones, asesinado el 27 de agosto de 1975. Comenzaba la revolución etíope, al comienzo sin sangre pero en un proceso que se fue tornando violento, el “terror rojo”. El nuevo gobierno se alineó, a partir de 1977, al bloque soviético e hizo causa común con el estudiantado marxista local.

Fuente: Omerfreixa.com.ar

Publicado en «África no es un país», en blogs de Planeta Futuro, diario El País.

Autor

  • Historiador y escritor argentino. Profesor y licenciado por la Universidad de Buenos Aires. Africanista, su línea de investigación son las temáticas afro en el Río de la Plata e historia de África central.

    Interesado en los conflictos mundiales contemporáneos. Magíster en Diversidad Cultural con especialización en estudios afroamericanos por la Universidad Nacional Tres de Febrero (UNTREF).

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