La repentina muerte del arzobispo de Kampala, Cyprian Kizito Lwanga ha provocado un torrente de lágrimas y emociones. Para muchos, la desaparición marca el final abrupto de una ilustre carrera que combinó la religión con el trabajo para emancipar a los pobres.

Lwanga, de 68 años, es definido como un hombre todoterreno. Quienes vivieron cerca de él hablan de un hombre generoso y estricto, pero con sentido del humor. Amante de la buena música y de la cerveza Tusker, que le gustaba beber directamente de la botella, tenía una extensa vida social y no era raro verlo trotando en chándal por su residencia oficial.

Olivia Nankya, una de sus sobrinas, comenta que “En caso de algún malentendido dentro de la familia, él sería la primera persona en lanzar una broma para desviar la atención de las personas descontentas. Entonces terminarías riendo y después de que el polvo se haya asentado, él los invitaría a conversar y los reconciliaría. Era un factor unificador en la familia”.

Siendo un solucionador de problemas, esperaba soluciones instantáneas para todo tipo de problemas. Michael Kabanda, un exfuncionario de la Arquidiócesis de Kampala que trabajó en estrecha colaboración con Lwanga durante cinco años, comenta como “siempre que alguien hacía una pregunta, lo desafiaba a compartir sus puntos de vista y soluciones de inmediato. Siempre enfatizó que quienquiera que haga una pregunta debe tener una respuesta […] Quería que cada trabajo se hiciera a la perfección y los proyectos se ejecutaran de la manera más transparente. Su amor por la perfección a veces lo llevó a enfrentarse a quienes eran demasiado conservadores. Siempre pidió a los líderes que trabajaran inteligentemente […] quería identificarse con los pobres y vulnerables y le gustaba referirse a sí mismo como ’Nze Cypriano waabwe debe kyabakadde’ (palabras en luganda para ’soy yo, el pobre Cypriano de Kyabakadde’)”.

Lwanga ha sido aclamado póstumamente como una mente orientada al desarrollo y una persona que aborrecía la pereza. También se guiaba por la creencia de que la espiritualidad de una persona se fortalecía con su desarrollo personal y mejoraba el bienestar, como pueden atestiguar aquellos con los que trabajaba. John Nsubuga, el Saabakristu (jefe de laicos) del Vicariato de Kampala, dijo que Lwanga observaba un estricto código de vestimenta, pidiendo a los sacerdotes que usaran ropa de clero de cuerpo entero, con cuellos clericales, cuando representaran a la iglesia o para actos oficiales.

Lwanga hacía ejercicios físicos con regularidad en las instalaciones de su residencia y se realizaba chequeos médicos regulares, razón por la cual su repentina muerte, de la que los médicos informaron que fue resultado de un ataque cardíaco provocado por un coágulo de sangre no descubierto, sorprendió a sus allegados.

Un exlíder de los laicos en la diócesis de Kampala, el Sr. Anthony Mateega, dijo que Lwanga se derrumbaba cada vez que visitaba a su gente: “La pobreza entre las comunidades le molestaba mucho. Estaba interesado en el futuro de la Iglesia y en sacar a los ugandeses de la pobreza. Era un adicto al trabajo. Nunca descansó”.

Mercy Nalugo

Fuente: Daily Monitor

[Fundación Sur]

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