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Inicio > REVISTA > Cultura > Cuentos y relatos africanos > ![]() La mentira convertida en verdad
24/04/2014 -
El viejo estaba sentado en su inseparable sillón de bambú y tenía ante él su no menos inseparable calabaza de cerveza de mijo. Parecía dormir, pero con la llegada del último que cerró el círculo cogió sin prisa la calabaza y bebió un buen trago. Satisfecho chasqueó la lengua, hoy encontraba especialmente buena la cerveza que le habían ofrecido. En el corro reinaba la expectación y el silencio. Silencio de palabras y murmullos, pero, silencio arropado por los mil pequeños ruidos de las noches de la selva cercana. Un silencio puntuado por el ritmo del batir de la manteca de karité que unas mujeres trabajaban no muy lejos. Silencio a penas roto por el suspiro de alivio de los más jóvenes, al ver que el viejo se aclaraba la voz. Formaba parte del ritual. Era el signo de que por fin iba a empezar a contar uno de esos cuentos que les divertían tanto y con los que aprendían tantas cosas. El viejo había decidido dar esta noche una enseñanza sobre la fuerza que puede tener la mentira, que atrapa al mentiroso, que termina creyéndola a fuerza de repetirla. Lo haría contando un cuento que, siendo joven había oído en un campamento peul, cuando acompañó a su padre, para visitar a una familia aliada. Por fin, el viejo Musa empezó el relato(1): “Un día, una hiena que fisgoneaba, según su costumbre, alrededor de un poblado, encontró un cabrito muerto cerca de un bosquecillo. Se puso muy contenta y pensó:
Así pues la hiena se precipitó sobre el cabrito muerto, lo cogió y lo arrastró hacia el interior de un bosquecillo para poder darse tranquilamente un festín. La hiena se disponía a comer, cuando percibió entre las ramas a una manada de hienas que se dirigía hacia el lugar donde se encontraba. Por miedo a tener que compartir el almuerzo, escondió el cabrito, salió del bosque y se puso al borde del camino. Allí, la hiena se puso a estirarse, a eructar y a bostezar ruidosamente:
Sus congéneres extrañadas de tanta gesticulación se detuvieron y le preguntaron:
Resulta que en el pueblo ha muerto todo el ganado y el basurero está lleno de cadáveres. Allí encontraréis todo lo que necesitáis para saciar el hambre. Al oír esta buena noticia, la manada arrancó a correr. Las hienas corrían tan deprisa que dejaba tras si una gran polvareda. Al ver la gran nube de polvo, la hiena pensó:
¡Corramos rápido! ¡Corramos rápido! Y dejando allí abandonado al cabrito, la hiena echó también a correr hacia el pueblo. Tal es la fuerza de la mentira que de tanto repetirla, un buen día también el mentiroso acaba por creerla. (1) Cuento recogido por Hampate Ba, seleccionado de “Cuentos de los sabios de África”, ed. Paidos [Cuento peul presentado y adaptado por Paquita Reche, mnsda]
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