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Puncel Reparaz, María

Nace en Madrid y se educa en un colegio de religiosas de la Compañía de maría. Es la mayor de siete hermanos y empieza muy pronto a inventar cuentos para sus hermanos y hermanas pequeños. Al dejar el colegio estudia francés e inglés en la Escuela Central de Idiomas en madrid. Ha trabajado en Editorial Santillana como editora en el departamento de libros infantiles y juveniles. Ha escrito más de 80 libros y traducido alrrededor de los 200.

Ha escrito guiones de TV para programas infantiles y colabora en las revistas misionales GESTO y SUPEGESTO .

Algunos de sus libros más conocidos:

"Operación pata de oso", premio lazarillo 1971

"Abuelita Opalina" . SM,1981

Un duende a rayas", SM, 1982

"Barquichuelo de papel, Bruño, 1996

Ver más artículos del autor

Las tres hermanas, traducido por María Puncel
20/01/2012 -

Se cuenta de ellas que eran tres, tres hijas del mismo padre, y que fueron un día a la espesura a recoger moras.

Las dos mayores detestaban a la tercera sin que tuvieran el menor motivo, porque la pequeña era dulce y amable.

Cuando terminaron la recogida, la pequeña pidió a las otras dos:

- Dejadme ver las frutas que habéis recogido.

Sus hermanas no le habían dejado recoger más que las moras que aún no estaban maduras, mientras que ellas se habían reservado las mejores.

La pequeña les dijo:

- Por favor, esperadme un poco; yo también quiero recoger moras maduras.

Pero tan pronto como se volvió hacia los matorrales, las dos mayores se fueron y la abandonaron en el bosque.

Cayó la tarde y el bosque se oscureció. La pobre pequeña fue arrebatada por Trimobe, el monstruo, de cuerpo de animal y cabeza de hombre.

- Serás mi hija -dijo el monstruo-, o te devoraré, tú serás mi hija Rafara.

- Bueno, seré Rafara tu hija -dijo la muchacha-, porque no puedo hacer nada para librarme de mi suerte.

Pero Trimobe no tenía la menor intención de tratarla como a una hija. Lejos de ello, lo que hizo fue llevársela a su casa y empapuzarla cada mañana con los alimentos más apetitosos para que engordara. Porque su verdadera intención era comérsela en cuanto estuviera bien gorda y rolliza.

Y cada tarde, con el pretexto de acariciarla paternalmente, le pasaba la mano por la espalda y le palpaba las costillas para ver si ya estaba a punto.

- Buen Trimobe - le pedía la chiquilla-, ¿me dejarás un día ir al pueblo para tranquilizar a mi madre y a mis hermanas que me perdieron en el bosque?

- No, todavía no -respondía el monstruo-, todavía no; ten un poco de paciencia y algún día te mostraré el pueblo de tu familia.

En realidad Trimobe hablaba un lenguaje mentiroso que significaba:"te mostraré el pueblo de los muertos".

Cuando Rafara se quedaba tranquila, Trimobe se iba al bosque, para encontrar buenos alimentos con los que "atiborrar" a su hija, al salir le decía:

- No te alejes del umbral de la puerta y si se acerca algún extranjero, enciérrate inmediatamente en casa; porque por aquí no pasan más que monstruos malvados y bestias salvajes.

Y la pequeña Rafara, para asegurarse de no tener un mal encuentro, se encerraba cuidadosamente y no abría más que cuando Trimobe le anunciaba su llegada.

- ¡Ah...! -decía, pasándose la gruesa lengua roja por los labios -creo que mañana iremos a visitar el pueblo de tus antepasados.

Y se rió con risa tan malévola que hizo estremecerse a Rafara.

Por la noche, mientras que todo estaba tranquilo en la caverna y no se oían más que el resoplido y los ronquidos del monstruo que hacían tanto ruido como diez fuelles de fragua juntos, un ratoncillo apareció junto a la almohada de Rafara; lo he llamado "ratoncillo", pero en realidad era un gran ratón, si tenemos en cuenta su inteligencia y su bondad.

Le dijo a Rafara, muy, muy bajito, casi como en un sueño: Rafara, mamita, dame un poco del arroz que hay en la escudilla, que está debajo de tu cama.

La amable muchacha no se lo hizo repetir, puso la escudilla entera a disposición del ratón.

En agradecimiento, el ratón le prestó un gran servicio; en realidad sólo le había pedido el arroz para probar su buen corazón.

- No hay tiempo que perder -le dijo a la muchacha-. Levántate y huye. Si mañana Trimobe te encuentra todavía aquí, te matará, te despedazará y te comerá como ha hecho con muchas otras antes que contigo. Cree a un ratón que ha visto muchas cosas aquí y quiere mostrarte su agradecimiento por el arroz que tan generosamente le has dado.

- Y, ¿qué puedo hacer?

- Llévate este palo mágico, llévate ese huevo y aquella piedra y cuando estés en camino hacia tu pueblo, no dudes en obedecer las inspiraciones que de ellos te llegarán.

Rafara abrió sigilosamente la puerta, y sin que Trimobe se apercibiera de nada, entró en el bosque con el palo, el huevo y la piedra.

Cuando Trimobe se despertó, y se dirigió a la camita de bambúes en que dormía habitualmente Rafara y la encontró vacía, montó en cólera. Se puso tan furioso que no puedo ni describiros su furia.

El ratoncito se regocijó al verle de aquella manera y se alegró de haber ayudado a Rafara para que se pusiera fuera del alcance del aquel malvado Trimobe.

Pero gracias a su olfato, el monstruo consiguió muy pronto encontrar el rastro de la muchacha. Corría diez veces más deprisa que ella. Y enseguida la tuvo muy cerca. Iba dispuesto, esta vez, a no dejar para el día siguiente la comida que había estado a punto de escapársele.

- ¡Ah, ya te tengo...!-exclamó cuando estaba a diez pasos de ella. Pero Rafara tiró el palo y dijo:

- Si soy hija de buenos padres, que se me conceda que te conviertas en un bosque espeso entre él y yo, palo que me dio el ratón.

Y se cuenta que, al momento, el palo se transformó en un bosque infranqueable entre Trimobe y la muchacha.

Sin embargo, Trimobe fue capaz de abatir los árboles del bosque a coletazos de su enorme y fuerte rabo. Estaba ya a punto de alcanzar a Rafara, cuando ésta tiró el huevo diciendo:

- ¡Que este huevo se convierta en un gran lago entre él y yo!

Y se cuenta que inmediatamente el huevo se convirtió en un lago enorme y profundo que la defendió durante un tiempo.

Pero Trimobe se bebió toda aquella agua en bien poco tiempo, porque tenía una boca gigantesca y sorbía en cada trago una cantidad de agua equivalente a cien cántaros.

Rafara corría alejándose de él llena de coraje y de esperanza; pero otra vez, muy pronto Trimobe la alcanzó:

- ¡Ah, pequeña engañadora...! -decía-, ¿te has creído que me vas a ganar y a escaparte de mis manos?

Y dio un salto para caer sobre ella, que recordó en aquel momento la piedra.

- ¡Conviértete en una gran montaña -exclamó- y que yo me encuentre en la cumbre y libre de mi perseguidor!

Y la piedra se convirtió en un bloque inmenso, sobre el que Rafara se vio libre y a salvo de Trimobe.

Pero la cosa no era quedarse allá arriba todo el tiempo, casi a nivel de las nubes. Tenía que descender.

Y se cuenta que, entonces, pasó por allí una vovondrea, un ave enorme de poderosas alas, Rafara no dudó en pedirle:

- ¡Ave bella y amable -dijo-, oh, vovondrea bondadosa, llévame sobre tus alas hasta mi padre y mi madre! yo te prometo en recompensa llenarte las plumas de piedras preciosas de todos los colores.

La vovondrea no tiene un hermoso plumaje y cuando oyó que podía esperar poder adornarse con piedras preciosas de colores, no dudó en aceptar el trato. Agarró delicadamente a Rafara con sus garras y voló con ella hasta depositarla sobre el felpudo, a la puerta de sus padres.

Entonces Rafara le adornó las plumas con las piedras preciosas de más bellos colores y la vovondrea se retiró muy satisfecha.

Pero el que no estaba nada satisfecho era el padre de las dos malas hermanas que habían abandonado a la pequeña en el bosque.

Decidió cortarles las manos a las dos por no haber tenido piedad para con su prójimo más próximo, pero la hermana pequeña intercedió por ellas.

- Sea - concedió el padre-, las perdonaré para darte gusto; pero si vuelven a comportarse como malas y envidiosas, no se les cortarán las manos sino el cuello.

Las dos hermanas se esforzaron en asegurar que se arrepentían y no volverían a hacer nunca nada semejante. En cuanto a Rafara, creció tan buena y hermosa, que el hijo del rey pidió su mano y se casó con ella. Y de esta manera no careció nunca de nada.

(tomdo del libro "Ce que content les noirs", pág,139)

texto original: Olivier de Bouveignes


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