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Inicio > Bitácora africana >

Reche, Paquita

Nació en Chirivel (Almería). Estudió Magisterio en Almería, Licenciaturas de Pedagogía y de Filosofía, en la Complutense de Madrid.

Llegó por primera vez a Africa en 1958 (a Argelia): después estuvo en Ruanda, Guinea Ecuatorial y desde el 1975 en Burkina Faso.

En África trabajó como profesora en el Instituto Catequético Lumen Vitae de Butare, Profesora de enseñanza secundaria de español y filosofía; Universidad Popular (filosofia). También ha colaborado con Asociaciones de mujeres y con niños de la calle en Burkina Faso.

Está en España desde 2004, actualmente, en Logroño. Colabora con la revista de los misioneros de África "Africana", Los Comités de Solidaridad con África Negra y con Rioja Acoge.

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SABIDURIA AFRICANA :La difícil decisión de aceptar la escuela moderna, por Paquita Reche, mnsda

13 de enero de 2012.

Apostar por la escuela moderna no fue fácil para los africanos. Nadie como el escritor senegalés Cheikh Hamidou Kane, ha sabido plasmar el terrible dilema que representó para los nativos la nueva realidad de la escuela colonial: ¿Tenemos que enviar allí a nuestros hijos o debemos preservarlos de ella? ¿Las promesas que la escuela encierra superarán a los peligros que representa? ¿Debemos aceptarla o rechazarla?

La escuela europea llegó a las colonias francesas de África Occidental hacia 1896. En 1904 se organizó la enseñanza a escala federal, pero no siempre se concedió a la escuela el valor que hoy se le da. En los primeros tiempos de la época colonial, la escuela fue acogida con desconfianza y rechazo. Los nativos se resistían a enviar allí a sus hijos, hasta tal punto que, el poder colonial tuvo que imponer cuotas obligatorias de inscripción.

La escuela formaba parte de la estrategia colonizadora y el saber que allí se impartía, no sólo era necesario para formar los cuadros auxiliares que el sistema colonial necesitaba, sino también para formar “indígenas” leales y convencidos de la superioridad de la civilización occidental.

La escuela abierta por el colonizador era una nueva realidad bien ambigua. Aparecía llena de peligros, pero también preñada de promesas. En ella se podían aprender los secretos, encerrados en el saber que permitió el triunfo y el dominio de los hombres blancos sobre los pueblos africanos. La escuela permitía pasar de “la azada a la pluma”, es decir, adquirir poder y prestigio. Gracias a ella se podría descubrir y apropiase del saber que daba poder al blanco, integrarse en la élite educada y escapar al duro trabajo de la tierra… Pero, la escuela también representaba un gran peligro para los cimientos de una sociedad basada en la tradición.

No pocos jefes, hasta que comprendieron el interés que esa institución podía tener para la promoción personal y el desarrollo del país, optaron por enviar a la escuela a sus siervos antes que enviar a sus propios hijos. Decisión que más tarde lamentarían, al ver como los siervos de ayer, ocupaban puestos de relevancia en la nueva sociedad que se estaba gestando. Puestos cerrados a los que no habían estado en la escuela.

Algunos padres, llegaban a esconder a los hijos para librarlos de la escuela. Otros, sacrificaban al menor para librar al primogénito, destinado a ocupar puestos de responsabilidad en la sociedad tradicional. De modo que invertían el orden de nacimiento y enviaban a la escuela al hermano menor. Más de una vez he podido encontrar las consecuencias de esta práctica: hermanos menores biológicamente, convertidos en los mayores en “los papeles”. Gracias a eso, forman parte de la élite intelectual, mientras los primogénitos son pobres campesinos analfabetos.

“La Aventura Ambigua”, refleja muy bien los sentimientos encontrados ante la escuela moderna, el dilema que representó y el desgarro que supuso la decisión realista de su aceptación. Esta novela de inspiración autobiográfica había sido escrita en 1952, por el senegalés, Hamidou Kane, citado más arriba. La novela, que no se publicaría hasta 1961, recibió el gran premio literario de África negra, ese mismo año. Hoy es un libro clásico de la literatura africana francófona.

En la primera parte, el autor presenta, de un modo admirable, la lucha entablada en el alma de los personajes frente a las promesas y peligros que presenta la escuela occidental, y la difícil decisión de enviar o no enviar a los hijos a la escuela de los blancos.

El diálogo, entre el jefe de los diabulé y su hermana, la Gran Real es una pieza de antología de gran belleza y dramatismo con el que muchos padres pudieron identificarse: ¿Lo que se aprenda en la escuela será tan bueno como lo que te haga olvidar? ¿Después de pasar por ella, será posible permanecer uno mismo?

Una elección dramática se impone y hay que arriesgarse. La respuesta de la Gran Real es de una terrible lucidez y de gran realismo:

“Rechazamos la escuela para permanecer nosotros mismos y conservar a Dios en nuestros corazones. Pero, ¿tendremos suficiente fuerza para resistirle, para permanecer nosotros mismos?... Si les digo de ir a la nueva escuela, dice el jefe de los diabulé, irán en masa. Aprenderán modos de trabajar la madera que nosotros no sabemos. ¿Lo que aprendan será tan bueno como lo que olviden? ¿Podrán aprende eso sin olvidar lo otro?...

La escuela extranjera es la forma nueva de guerra que nos hacen los que han venido, es preciso enviar allí a nuestra élite esperando empujar a todo el país”… “La escuela a la que empujo a nuestros hijos matará en ellos lo que amamos y conservamos a justo título. Quizás nuestro mismo recuerdo muera con ellos… Lo que propongo es que aceptemos morir en nuestros hijos y que los extranjeros ocupen en ellos el lugar que hemos dejado libre” “Ve allí para aprender a vencer sin tener razón”, dice la Gran Real a su sobrino Samba Dialo.

Mucho se ha escrito sobre el incumplimiento de las promesas que la escuela parecía encerrar, sobre su inadaptación a la realidad africana, su elitismo, su responsabilidad en la perdida de valores tradicionales, y de identidad.

Si esas críticas son en gran parte justificadas, no podemos olvidar que la escuela ha sido llave de progreso y de grandes cambios sociales y para algunos alumnos brillantes el trampolín que les permitió hacer estudios en Europa y tomar conciencia de los postulados racistas de la propaganda colonial. De esta toma de conciencia arrancó la lucha política que conduciría a las independencias. También, la escuela fue definitiva, para la toma de conciencia de las mujeres y la lucha por sus derechos en el seno de la familia y de la sociedad.

En el siglo XXI, a la hora de la globalización, la escuela aparece como una necesidad ineludible, excepto para fanáticos como los del islamismo radical, protagonistas de tantos actos de terrorismo en Nigeria. El nombre que llevan habla por sí sólo: “Boko haram”, significa en hausa: “La educación occidental es un pecado”.

A pesar de todas las críticas que se puedan hacer a la escuela moderna y las reformas que se impongan, los progresos de la ciencia y de la técnica conllevan aprendizajes que sólo pueden ser impartidos por una educación formal de larga duración, como la escuela moderna.

No podemos olvidar que en África subsahariana más de 38 millones de niños están privados del derecho que les permitiría subirse al tren del progreso. El objetivo: “escuela para todos” todavía está lejano.

La escuela para todos en el 2015 y la igualdad de sexos en educación fue uno de los objetivos del milenio, recogido por el Foro Mundial sobre la Educación de Dakar del año 2000. Según pronósticos, quizás demasiados pesimistas, este objetivo no podrá alcanzarse para el conjunto de la región, ¡hasta dentro de 120 años! más por falta de estructuras y de recursos que por causas culturales. Salvo raras excepciones, en medios extremadamente cerrados, los padres en África aspiran a enviar a sus hijos a la escuela, aunque sigan priorizando la escolarización de los hijos varones sobre la de las hijas, cuando los medios económicos faltan.

La pregunta de hoy ya no es: ¿Hay que aceptar o rechazar la escuela moderna? Sino, ¿Cómo enviar a nuestros hijos a la escuela? Los padres están dispuestos a hacer grandes sacrificios para que sus hijos puedan recibir los conocimientos necesarios que les permitan subirse al tren del desarrollo.



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