Cuando don Francisco (nombre ficticio por obvias razones) llegó a Nigeria, encontró una sociedad muy jerarquizada, con jefes emitiendo órdenes sin parar y empleados obedeciendo sin rechistar. Se frotó las manos y pensó que, por fin, su sueño de ser un señor feudal como los de antes se iba a hacer realidad. Lo intentó, pero fracasó a pesar de que tenía madera para mandar. Su gran error fue el de confundir jerarquía con dictadura. Todas las dictaduras son jerárquicas, pero no todas las jerarquías son dictatoriales. La dictadura subyuga, mientras que la jerarquía subordina. Y claro está, no es lo mismo dominar poderosa o violentamente a alguien, que hacerle dependiente de las decisiones de otra persona.
La confusión de Don Francisco no es algo extraordinario, teniendo en cuenta que está bastante arraigada en nuestra cultura. Así se explican, en parte, las relaciones laborables tan enfrentadas que tenemos.
Don Francisco leyó bien la realidad nigeriana, pero la interpretó mal: los nigerianos esperan un liderazgo fuerte e inequívoco, que dé instrucciones exhaustivas, claras y precisas, pero de una manera amable y educada. En ese sentido son muy buenos subordinados cuando tienen líderes que saben dónde, cuándo y cómo llegar a su destino. Pero son pésimos sumisos en cuanto huelen un atisbo de dictadura, gritos o insultos.
En cierta manera, don Francisco ha conseguido imponer su dictadura personal porque, como en tantos sitios, el hambre impulsa a la gente a aceptar un salario mínimo por duras condiciones laborales… hasta que encuentran otra fuente de ingresos. Sin embargo, don Francisco se queja de que debe estar en todo momento sobre sus empleados, recordándoles lo que tienen que hacer y cómo hacerlo, además de estar permanentemente vigilante porque, en cualquier descuido, ¡zas!, se la pegan. Un verdadero sinvivir, cuando las cosas podrían ser de diferente manera…
Original en: África Factor Humano
