Por Cultura entendemos los diferentes elementos que constituyen la identidad de una persona y pueblo: su etnia, historia, lengua, tradiciones, naturaleza, amistades, religión, música, salud, educación, valores, deportes, fiestas y folclore, relaciones con otros pueblos, etc.
Analizando nuestras propias culturas, nos damos cuenta tanto de sus inmensas riquezas, como también de sus limitaciones.
Todos nos sentimos orgullosos y agradecidos por nuestra propia identidad de patria, tierra, familia, historia, lengua, valores, religión, tradiciones, etc. Los valores que compartimos con los miembros de la familia, el clan y nación constituyen un auténtico tesoro. Somos lo que somos, gracias también a los demás.
Al mismo tiempo, numerosas culturas, por su historia y experiencias, han desarrollado un cierto “mesianismo”, sintiéndose “únicas y especiales”, y hasta superiores a las demás. Este nacionalismo exagerado de sentirse “pueblo único y escogido” sigue causando excesiva violencia e injusticias hacia otros pueblos vecinos. Este exclusivismo, lo hemos conocido también en la educación, en las relaciones y en las religiones, causando violencia, opresión, injusticias y sufrimiento a muchas personas.
Conociendo y aprendiendo de otras culturas nos enriquecemos todos. Los que hemos vivido la mayor parte de nuestra vida en otras culturas, distintas de la propia, somos conscientes de la inmensa riqueza que supone convivir, compartir y trabajar con otras culturas diferentes.
Este encuentro y convivencia con culturas diferentes es una suerte y una bendición, pues recibimos mucho más de lo que podemos aportar a la cultura de otros pueblos. Soy muy consciente y estoy profundamente agradecido porque el conocimiento de las lenguas y culturas de los pueblos bantú y de los pueblos nilóticos y nómadas karimojong, en Uganda, me ha humanizado de una forma profunda y permanente.
Conocemos ejemplos de personajes históricos que vivieron una cultura de encuentro, movidos por razones de carácter religioso, cultural, político o sociales, como Thomas More, George Washington, Nelson Mandela, etc.
Un buen ejemplo es el eencuentro de Abu Dabi entre el Papa Francisco y el Gran Imán Ahmad Al Tayeb en la firma del «Documento de Fraternidad Humana» sobre la cultura del encuentro.
La cultura del encuentro, que presenta el papa Francisco en su Carta Encíclica sobre la fraternidad y la amistad social, exige colocar en el centro de toda acción política, social y económica, a la persona humana, su altísima dignidad, y el respeto por el bien común.
La persona nace con una dignidad innata, y así, fue reconocido, también, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos que en su artículo primero afirma: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad”.
Desde esta perspectiva, lo que hace de la persona el ser más digno en el conjunto del mundo, lo que le confiere un valor especial en el orden de lo creado, es su capacidad racional y relacional, su estructura esencialmente reflexiva y abierta, por medio de la cual no sólo es capaz de establecer relaciones con otras personas, sino también consigo misma y con la naturaleza.
A un encuentro se ha de ir con la mente y con las manos abiertas, con un corazón sincero, franco, en la búsqueda del bien del otro y del bien común. En varias culturas africanas encontramos esta conciencia de ser “comunidad”: “soy porque somos”, que la llaman “Ujama” o también “Ubuntu”. En la Carta Encíclica Frateli Tutti, a esto, se le denomina Fraternidad y amistad social. Salir al encuentro del otro, es encontrarse con el hermano, con el prójimo, acogiéndose como iguales en dignidad.
En los tiempos actuales, parece que cada persona tiene su vida individual y su verdad, que a veces se parece más a su propia conveniencia (posverdad).
Muchos sostenemos que hay una verdad objetiva y unos valores humanos que trasciende a cada yo, en la búsqueda de una verdad en común, de nadie en particular y que a todos concierne. Sin esa verdad, se hace complicado no solo una cultura del encuentro, sino sencillamente, vivir y convivir, porque no se reconocen y respetan los valores humanos universales, como: la igual dignidad, la justicia, el bien común, etc.
El ser humano siempre ha buscado la verdad y algunas personas como Teresa de Jesús, Edit Stein, y tantos filósofos, se han distinguido por su búsqueda de la verdad, y por la comprensión de la verdad. En todo caso, el respeto, la amabilidad, la dignidad, la bondad y la verdad son como los cinco elementos imprescindibles para una cultura del encuentro.
Es precisamente en el encuentro, familiar, social, cultural, etc., donde experimentamos un enriquecimiento mutuo continuo. A solas difícilmente podríamos aprender a ser más humanos, ni aprender a relacionarnos y a cuidarnos mutuamente.
Lázaro Bustince
CIDAF-UCM